viernes, 10 de enero de 2014

LA VIDA SIN LEER EL DIARIO

            Borges aseguraba, al final de su vida, que desde hacía varios años no leía los diarios. Decía que en algunas épocas relevantes de la humanidad, por ejemplo en la antigua Grecia, no hubo diarios y que nadie los echaba de menos; que no por ello carecía esa época de una reconocida avidez por el conocimiento, y más bien al contrario: la gente parecía sumamente informada en la antigua Grecia.

Puedo entender esa opción un poco autista del escritor argentino. Yo mismo –guardando las distancias con el modelo– la he ensayado durante lapsos variables, de aproximadamente dos meses cada vez. El fruto de ello es también variable, tiene costos y beneficios a la par. El costo es que vive uno peligrosamente desconectado de la contingencia, como le sucedió al mismo Borges cuando vino a recibir una medalla de manos de Pinochet. De tanto vivir desconectado –se justificaba luego–, no se había enterado en detalle de la barbarie acometida por su benefactor, lo cual, dicho sea de paso, le costó indirectamente el Nobel. Puede ser muy estimulante no leer los diarios, pero te puede costar el Nobel, hay que tenerlo en cuenta.

Pasa que, en esa condición de ignorancia voluntaria y deliberada, la coyuntura se reduce a la especulación que uno mismo hace a partir de las informaciones aisladas, fragmentarias, que recibe cada tanto de quienes sí leen los diarios. De ello resulta un relativo caos mental, pero el asunto implica algunas consecuencias placenteras: la realidad se vuelve discontinua y caleidoscópica, sin un hilo conductor discernible, sin causas y efectos que dependan los unos de los otros, y uno mismo tiene que ir completando esos fragmentos aleatorios con su propia inventiva. Si, pongamos por caso, alguien prepara una nueva invasión a un país productor de crudo, uno no sabe bien si la guerra está ya en curso, si se la ha suspendido transitoriamente, si ya terminó y fue un fracaso, o si el país en cuestión fue avasallado en pocos días. La información presuntamente objetiva acerca de lo real se torna, más que nunca, una ficción al uso, una versión resultante de las varias versiones en juego. Y los aportes del verdulero o un taxista, arbitrarios y prejuiciados, arrogantemente elementales en su análisis, adquieren tanta o más importancia que la de un sesudo analista de la política mundial (que es, con seguridad, igual de arbitrario y prejuiciado, y desde luego más arrogante). Es, por lo mismo, una instancia esencialmente democratizadora, esto de no leer el diario. O de no leerlo siempre. De leerlo unos días y otros limitarse a completar el puzzle.

Al cabo de poco tiempo, empieza uno a vivir en un universo desestructurado, a ratos angustiante, poblado de agujeros negros y fallos lógicos, de eslabones faltantes en la cadena de los hechos, como cuando vemos una teleserie a salto de mata, un día sí y otro no, de modo que los mismos dos protagonistas que el martes se juraban amor eterno, el viernes ya no se soportan y se están tirando los platos por la cabeza. Comienza uno a vivir, de algún modo, en su propia esfera delirante y a deformar la realidad a su antojo: puede acomodarla a las que sean sus preferencias o complementarla con sus propias teorías e incongruencias. A partir de un momento, deja uno de diferenciar lo que es un dato verificable y lo que no, visto que todo le llega por la vía de las habladurías, los rumores, el pelambre. Para un individuo que ha hecho de su ocupación fundamental la escritura de ficciones, como es mi caso, ello equivale a vivir todo el tiempo ficcionando (que es lo que uno secretamente anhela cuando escoge ser un ficcionador).

Vivir desatento al acontecer periodístico es, en cierta forma, como ser un perro que se rasca apaciblemente junto a una chimenea encendida. Las pulgas que ocasionalmente aplasta con sus patas son esos retazos de información o esas noticias que aún llegan hasta sus orejas, no hacen mayor diferencia en su ritual tan placentero de rascarse. El fuego encendido en la chimenea es, desde cierta perspectiva, la realidad como la imaginaba Platón en su caverna, apenas las sombras chinescas en una pared, con nosotros voluntariamente ensimismados en la penumbra.
 
Todo esto puede sonar a un elogio subrepticio de la desinformación y la barbarie, pero es –quiero creer– exactamente a la inversa: en esa vocación de ignorancia que propongo, siguiendo a Borges, sin versiones de lo real emanadas de grandes consorcios periodísticos que lo uniformicen en conformidad con el sistema de dominación al uso, cada individuo acabaría transformándose en una opción singular de Winston Smith, el solitario rebelde de “1984”, deseoso de escapar a la uniformidad impuesta por el Hermano Mayor y sus dictámenes monocordes. Baste pensar en lo que sería este país, cualquier país, sin los tabloides o “decanos” en boga desde tiempos inmemoriales, con su versión reaccionaria y embustera de nuestra propia realidad. Pienso que estaríamos todos mucho mejor. Quizás hasta pudiéramos, al fin, conectar de verdad con esa realidad.

3 comentarios:

  1. Gracias, educadamente es lo que se dice. Pero, realmente gracias.
    Comence leyendo, porque sigo tu blog; y de inmediato con mis desacuerdos instantaneos. Suelo tambien por periodos aislarme de la informacion periodistica, diferentes razones y por sobre mucho la verdadera manipulacion para desinformar.
    Hoy a lo que llamamos informacion dificilmente podemos tomarla como tal y eso nos plantea la encrucijada de leer o dejar y ahi corremos el riesgo de caer en la anecdota de Borges.
    Dentro del tema que planteas, como estar mejor? Prensa independiente alejada del poder dinero. Lo veo como para mundos pequeñitos.
    Sigo blogs culturales, como este, otros periodisticos independientes y definitivamente los tabloides los reservo para tema en un futuro cuadro.
    Finalmente, me gusta el estilo de escritura del blog.
    Daro

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  2. Gracias a ti, Darío, por la lectura tan atenta y los comentarios. Complejo tema el de la información, es cierto. Hoy por hoy, recibimos tal cantidad de la misma a través de estas mismas redes, que su valor comprobable ha dejado de ser lo central. El mundo, o la versión diaria del mundo, tiende a una ficción hecha de retazos, es curioso. Y quizá no sea tan malo, es lo que quería sugerir en esta columna.

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  3. Mas alla de la información que recibimos a diario, y si de que la leemos o no, es la calidad de información que recibimos. Primero de todo, siempre la lleva la balanza, ya sea izquierda o derecha. Eso debería ser ya un concepto errado, no podemos tener una real idea de la información si es manipulada y retorcida al antojo del editor. Por esto mismo no soy un gran fan de la "información". Pero si siento que es nuestro deber como personas despiertas y con mentes libres de poner en juicio esa información y descubrir la verdad entre tantos matojos y embrollos, por que eso es lo que le debería nacer a todos y por lo que todos deberíamos luchar, una libre información. Y si pasa de que te toca vivir en un país de gente mediocre, de gente que en su plena juventud no es capaz de levantarse a votar por que dicen que no les gusta la política, o mas bien, que no les interesa la política. Yo digo que es culpa de ellos, no de los usurpadores y codiciosos, de los gañanes, de los mercaderes. Es culpa nada mas que de ellos, por sucumbir ante su propia ignorancia y caer en un ciclo perenne de nihilismo por el saber.

    Nitch

    Pd Me gusta mucho tu blog. Keep on going,

    Saludos

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