Abundan
en la esfera pública discursos y pronunciamientos cíclicos, no por recurrentes
más veraces o reales. Son –más bien– lugares comunes que la farándula política
o la gente de moda reitera a falta de conclusiones privadas y más originales.
Al diagnosticar las causas de la
debacle electoral sufrida por su sector, el senador Hernán Larraín decía hace poco
que el gobierno de Piñera fue incapaz de “construir un relato convincente” de
su gestión. Fue Carlos Peña, el actual rector de la UDP, quien sugirió por
primera vez esto del “relato convincente”, una voz que viene repitiéndose desde
entonces, a pesar de su vaciedad intrínseca, asimilando la actividad política a
la de un constructor de relatos, un narrador coherente y verosímil. Es desde
luego un equívoco, solo justificable por el prestigio que el hecho de ser un
ficcionador, un hacedor de relatos, ha adquirido paradójicamente en la escena
política contemporánea, o en el cine: todo el mundo quiere escribir una novela
(¿incluso Peña? ¿Larraín?) y todo personaje que hoy pretenda deslumbrar al
espectador suele ser un escritor. Un escritor fracasado (“Barton Fink”), un escritor
a sueldo de un político corrupto (“El escritor fantasma”), un escritor que toma
un fármaco para exacerbar su propia lucidez (“Sin límites”) y así
sucesivamente. El equívoco estriba en ese afán recurrente de explicar el éxito o
fracaso de un proyecto político aludiendo respectivamente a su disponibilidad o
carencia de un relato creíble. El animal político y orientado al poder (una condición de la que Peña y Larraín saben
muchísimo) no construye relatos ni es la seductora variante de un narrador de
fuste en la esfera pública: el animal orientado al poder solo maneja, por su
misma naturaleza, un doble discurso manido y superficial, instalado desde
siempre en los aledaños del sentido común, hecho de propuestas aduladoras a los
poderes fácticos, complacencias para los cortesanos circundantes y gestos
apaciguadores para su clientela.
Otra
expresión persistente del discurso público afloró hace poco en boca de la
senadora Ximena Rincón cuando, en una columna tributaria del Sumo Pontífice y el
mandatario uruguayo José Mujica, los mencionaba como inspiradores para quienes,
como ella, están en el “servicio público”. Suele asomar en boca de nuestras élites
políticas esta alusión al sacrificio presunto que su labor supone, esta
vocación de entrega auto-cacareada y que, según ellas, uniformiza sus afanes. Es
otro equívoco evidente, considerando los sueldos auto-fijados, las prebendas y
licencias que esa caterva de servidores se toma con su tiempo de ejercicio del
cargo parlamentario. No se entiende bien cómo es que esa vocación filantrópica hipotética
y tan reiterada convive con las ventajas flagrantes que los propios servidores
de la patria han impuesto al despliegue de su labor.
Esto de los incendios estivales en ciertos
puntos veraniegos del país es otro factor que precipita las frases hechas, los
clichés anuales de la prensa, las propuestas ultra-conocidas de la autoridad. Una
suerte de eterno retorno trágico que inaugura el año y sugiere otros fenómenos
que habrán de reiterarse mes a mes. Chile tiene esa ventaja-desventaja de ser
un lugar predecible, con autoridades que hablan de “relatos bien construidos” o
“sacrificios autoimpuestos”, y el resto de la opinión matizando con sus
perogrulladas el devenir de la nación. Esa recurrencia patriótica le permite a
uno adivinar –antes de que el fenómeno sea manoseado abundantemente en los
medios de comunicación– lo que sucederá en cada ocasión. Uno puede anticipar,
al partir el año, un listado de avatares probables, estipulados mes a mes, y
luego, al concluir el año, apreciar el alto valor predictivo de ese listado. Propongo
una enumeración al azar, sin pensarlo mucho: en enero, los mentados incendios,
las filas interminables de automovilistas saliendo de la capital, algunos de
ellos entrevistados para que expongan su sabiduría en los peajes, y luego la
gente hablando en las playas de los rayos ultravioletas. En febrero, Viña tiene
festival y la espiral de horrores concomitantes. En marzo, hasta un 40% de variación
habrá de detectarse en los precios de los útiles escolares. En abril, las
lluvias anegarán previsiblemente los pasos a bajo nivel y calles diversas de múltiples
ciudades. En mayo, mensaje presidencial en el parlamento y mes del mar. Y así,
en fin, hasta llegar a septiembre y las fondas dieciocheras, y después la Teletón,
la Feria del Libro, las compras navideñas.
Lo peor de iniciar el año por estas latitudes es
que uno no lo inicia de verdad; se limita a prolongar un tiempo circular que en
cada enero cambia de nombre, eso apenas. Es lo que podríamos denominar la
Recurrencia-País.
el eterno retorno de lo mismo... ya se viene el 18!!!!
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